lunes, 3 de marzo de 2014

El regalo del dolor

Hay días en los que inevitablemente pienso que es mejor no levantarse, que no podré salir ahí fuera y hacer nada medianamente bien.  Siento  que no me espera nada que me motive, que no tomaré decisiones acertadas, que no me depara un buen rato y que lo que haga no me llevará a nada.

Por suerte no tengo demasiado tiempo para pensarlo más y aguerrido vacío mi mente y sigo sin mirar atrás, las horas pasan más rápido de lo que imagino en un principio y llega mi momento de parar.

A la noche me recosté en mi sillón, quería olvidarme de todo y relajarme, nadie podía quitarme eso.

Apenas pasaron unos minutos cuando llegó sin avisar: un latigazo terrible y demoledor de dolor por todo mi cuerpo, que me echó para adelante y me hizo mirar al suelo. Me temblaba cada músculo y apenas me podía mover.

Apoyé las palmas de las manos para intentar inclinarme lo que hizo que aumentase el dolor, cerré con fuerza los ojos y logré ahogar una lágrima.

A priori podría considerar que el dolor era cruel por resultar inesperado, pero había hecho mella más allá de lo físico, me había sacudido, me había despertado. Sentir como lo contenía, lo acumulaba y luego empujaba contra él para poder moverme era realmente emocionante.

Sonreí por primera vez y no sé muy bien por qué pero sabía que era lo mejor que me había pasado en todo el día.

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