¿Nunca habéis observado las luces
de neón? Esas barras luminosas que adoptan formas, que adornan todo tipo de
lugares frecuentados en la noche. Las que pueden colapsar Las Vegas, Tokio y Pekín
o indicarte la ubicación de una tasca de mierda.
Estas luces siempre me han fascinando,
ya sea por ser algo bohemio o porque mi falta de sueño me pida algo de luz en
las noches más largas. Son una de esas cosas que puedo mirarlas y darles mil
vueltas, pensando en todo o sin pensar en nada, una de esas cosas que me
inspiran y otra de tantas que me puede dejar en Babia.
Una luz de neón puede cambiar
constantemente de color, en una noche en la que crees que no puedes cambiar
nada, y así esa lágrima puede ser azul, roja, verde y amarilla antes de
recorrer tu cara.
Para mí las luces de neón
representan el lado mitológico de la vida nocturna, mi zénit sería que un día se hiciesen comunes estas luces
adoptando mi rostro, como lo hacen con Andy Kaufman en “Man on the moon”, o con
la cerveza Budweiser, para mi seria poder decir: algo he hecho bien, estoy iluminando
a otros que tratan de aclararse con un whisky con poco hielo, soy el que convierte en destellos de colores su mundo de oscuridad.
Es bonito ser luz de león aunque
te pongas a parpadear.
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