Plis, plas, plis, plas, plis,
plas… Cada pisada que hacía sobre la nieve hundía más sus pies, con las botas
rasgadas y la barba congelada se disponía a morir. Cayó de espaldas y miró
hacia el cielo con los ojos bien abiertos, ya que eran sus últimos momentos, no
se quería perder nada.
A medida que se iba relajando, el temporal
cesaba, hasta caer un primer rayo de sol que acompañó con una sonrisa, y
mientras más se despejaba el cielo más se iban cerrando sus ojos. A pesar de su
estado, pudo observar lo curioso que era el contraste de su desfallecimiento
con la dispersión de las nubes, le pareció pura armonía.
A pesar de todo se vio
despertándose, había dejado de tener frío, y miró a su alrededor. Se vio
tumbado en el sofá de lo que parecía una vieja casa y observó la única ventana
que veía, ya era de noche en aquellas montañas, donde llevaba días perdido. El
salón no era muy grande, a parte del sofá solo había una pequeña mesa y un par
de sillas astilladas. El calor y la única luz provenían de una chimenea, y al
pie de esta, había una corpulenta figura que miraba el fuego.
Lim se sentía muy débil para
incorporarse, adormecido, dudaba de que aquello no fueran alucinaciones suyas. Durante
sus últimos días de travesía, había añorado como nunca el calor, el confort, no
sería extraño que delirase con ello. Pero un fuerte pinchazo en la pierna
derecha le demostró que era real: alguien le había rescatado, le mantenía caliente
en su casa, y él no tenía fuerzas ni para decir “gracias”.
A pesar de que sabía que debía agradecer
que le salvarán la vida, no era gratitud lo que sentía; el estaba dispuesto a
atravesar esas montañas solo, tras huir de una vida con todas las comodidades, que
él no se había ganado. Creía que aquel viaje le ayudaría a demostrar quién era,
que él podría llegar lejos sin ayuda, que nadie podría decirle de lo que es
capaz o no, había llegado bastante lejos, pero aquel acto tiraba todo por la
borda. Habría preferido la muerte.
Cayó dormido de nuevo, sin saber
cuántas horas más lo estuvo. Cuando despertó ya era pleno día, la casa ahora
estaba vacía. A su lado oyó el sonido de un hacha cortando leña, lo que le hizo
terminar de incorporarse, “tiene que ser él”, pensó. Al ponerse en pie y
comenzar a caminar se dio cuenta de que estaba completamente cojo, igualmente
decidió salir fuera, donde se encontró quien debió salvarlo.
Un vigoroso hombre
que aparentaba unos cincuenta años, de piel pálida, espesa barba blanca,
facciones duras, y unos ojos grises como la nieve que les envolvía.
- Estas completamente loco hijo, has estado en un
tris de morir congelado.- le dijo a Lim sin dejar de dar hachazos.
Lim no respondió nada, se limito
a observarle, su voz era ruda pero al mismo tiempo agradable. Colocaba cada
nuevo tronco para cortarlo con bastante rapidez, sin mostrar un atisbo de cansancio,
a pesar de que tuvo que estar toda la noche velándole para asegurarse de que
entraba en calor. Estaba cabreado porque no le hubiera dejado morir, pero, a
fin de cuentas, ese hombre merecía respeto.
-Si quieres comer algo, entra a la despensa. – dijo señalando la puerta con el hacha.
-Si quieres comer algo, entra a la despensa. – dijo señalando la puerta con el hacha.
Simplemente respondió “de acuerdo,
señor”, sin dar las gracias y se dirigió allí, cogió un cacho de pan y lo que parecía
un trozo de ternera sazonada, y comió en silencio.
Cuando el hombre terminó con la leña
se acercó a Lim y le observó. Este quería ser educado, pero no pudo evitar
devorar su comida con ansia, hacía tiempo que no comía nada consistente, por lo
que cuando le vio delante suya, se frenó avergonzado.
- Pero tranquilo, ¡Come!- gritó soltando una carcajada.
Lim terminó más despacio lo que
le quedaba y permaneció callado, no tenía nada que decir, solo quería esperar a
que se le pasara el dolor en la pierna para largarse de allí. No sabía donde
iría ahora, si volvería a casa o se marcharía a otro sitio. Estaba demasiado
hundido para pensar en ello, aun así quería marcharse cuanto antes, sin causar
más molestias.
-En realidad llevo viéndote varios días por aquí-
esta vez el hombre hablaba más serio.
- ¿Cómo? – respondió incrédulo Lim.
- No sé lo que pretendías hacer exactamente, pero
no estás preparado para ello, eso es evidente.
Al ver que Lim seguía callado,
prosiguió hablando.
- Actuabas sin sensatez ninguna, y te desenvolvías
muy torpemente en cosas bastante básicas si pretendías sobrevivir. No tenías ni
puta idea de lo que hacías.
Aquello era una dosis de verdad
demasiado dura para Lim, contuvo su tristeza y se levantó bruscamente, era
evidente que tenía razón, pero no quería más humillaciones de nadie, ya no
importaba el dolor, se iría en seguida.
- Aunque hay algo que estaba claro- continuó como
si Lim no se hubiera movido de su sitio.
Asumió que no le daría tiempo a
desaparecer, antes de que aquel extraño hombre le diese la puntilla, así que le
dejó terminar de hablar.
- Por muy jodido que lo tuviste seguías adelante,
en ningún momento te detuviste ni intentaste dar marcha atrás. Los tienes bien
puestos.
Se detuvo, cerró los ojos con
fuerza sin poder evitar derramar una lágrima, entonces por fin, Lim lo dijo:
-- Gracias.