Sueño con ranas, ranas que saltan
por todas partes, que tiñen de verde el mundo, mientras saltan y croan ante la
estupefacta humanidad. Puedo observar como cada metro cuadrado comienza a
llenarse de ranas, se oyen gritos de asombro y repugnancia, y de algún modo
todo me resulta muy divertido.
Un viejo chiflado va gritando a
los cuatro vientos que Dios nos envía de nuevo sus plagas y un hombre rudo pega
manotazos a diestro y siniestro con todas sus fuerzas sin evitar que se le echen más ranas encima. Los coches se
aglutinan carentes de visión suficiente para avanzar, se incendian las primeras
papeleras y las calles ya se han convertido en un infierno verde.
El sonido de la locura se
contrasta con la regularidad de los “croac, croac”, si alguien más dejara de
preguntarse qué pasa, y se limitara a observar todo esto, seguro que empezaría
a descojonarse conmigo también.
Me fijo en muchas de las caras
que veo, la de tipos que se jactan de poder acostarse con tantas mujeres como
quisieran, de resolver la crisis económica o de educar a los hijos de los demás como deberían. Ahora
son todo caras asustadas que no pueden explicar cómo aparecen más y más ranas.
Son solo las ranas las que no
cambian el gesto, ni actúan distinto a como lo harían normalmente, pues son lo
que son y no te van a decir lo contrario. Son como esa llama que arrasa
implacable al margen de que haya gritos de auxilio, solo llegan saltan y croan,
y así hasta que mueran.
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