miércoles, 4 de enero de 2017

Menos palabras

No voy a ser yo el que ponga en duda el poder de la palabra, especialmente en nuestra mente, la forma en que te hablas a ti mismo puede hacer una gran diferencia.  Pero una cosa son las palabras en nuestra cabeza y otra la palabra que damos a los demás, porque es tan fácil hablar y presentarse como la persona ideal, el amigo que todos quisieran o el yerno perfecto, que caemos en la tentación de hacer una propaganda barata de nosotros mismos, hasta el punto en el que a un servidor ya le dan ganas de echar la pota.

En los últimos meses no he escrito nada por aquí, principalmente por falta de inspiración, desgana y porque, la verdad, no creo que nada de lo que os hubiera hecho leer mereciese la pena. Pero a partir de cerrar la puta boca también he aprendido a valorar a la gente que, valga la redundancia, mantiene la boca cerrada y habla por sus actos. La gente que conversa menos, o que no siempre habla de cosas tan trascendentales (como hago yo demasiadas veces en este blog) y se limita a comunicarse con su actitud, la cual puede ser a veces mejor y otras peor, pero siempre es auténtica.


Creo que debería haber menos palabras porque muchas  veces pueden ser máscaras, que ocultan quienes somos de verdad, y podemos hacer creer que predicaremos con lo que decimos, o lo que es peor, ser nosotros los que nos creamos esas palabras y llevarnos terribles decepciones. Es posible que ahora escriba menos sobre lo que pienso, lo que siento o de mis puñeteros ideales. Ni yo ni nadie es un ejemplo, y ya va siendo hora de dejar de esforzarnos tanto por serlo. Así que espero que cada vez haya menos palabras, ya que, yo por lo menos, me fijaré más en los hechos.

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